SYMPOSIUM / SIMPOSIO

Hispanic Culture Review

Fall 1999-Spring 2000, Volume VI, Number 1-2

Irene Lee

Ficción y realidad en Niebla de Miguel de Unamuno y El sitio de los sitios de Juan Goytisolo

I. Introducción
          Todo hispanista conoce Niebla de Miguel de Unamuno, novela en la que el propio autor se convierte en personaje, rompiendo así con la convención de que el mundo de la ficción y de la realidad deben estar siempre separados. En El sitio de los sitios, novela publicada en 1995, es decir 81 años después de Niebla, Juan Goytisolo juega con los conceptos de ficción y realidad de manera aún más sofisticada, creando un verdadero laberinto literario en el que se pierden tanto los personajes principales como el lector.
         A persar de que Juan Goytisolo no aprecia mucho a Miguel de Unamuno1, Niebla se puede considerar como un precursor de El sitio de los sitios. Es el propósito de este trabajo mostrar que hay claras huellas de Niebla en El sitio de los sitios, aunque Goytisolo ha sabido refinar y desarollar el concepto de Unamuno y lo ha empleado para escribir una novela que podemos considerar goytisoliana, pues está marcada por las mismas preocupaciones que encontramos en muchas de sus novelas anteriores, por ejemplo, la violencia y el mundo islámico.

II. Ficción y Realidad en Niebla y El sitio de los sitios
1. Función de los autores
           Generalmente el lector de una obra literaria busca en ésta tanto la educación como el placer, lo cual consiste en poder escapar a otro mundo, el de la ficción. Para que la ilusión sea perfecta, el creador del mundo ficticio debe ser invisible.  Por eso es una convención establecida en la literatura que el autor no figure como personaje en la obra. Como veremos, ni Unamuno ni Goytisolo se atienen a esta convención.
           En Niebla, el propio Unamuno es un personaje impor-tante de la novela, que se entromete constantemente en la vida de sus protagonistas. Es él quien le pide a uno de los personajes, Victor Goti, que le escriba el prólogo, en el cual ya es evidente que el autor-personaje domina a los demás en la obra. Unamuno afirma esto tanto en el Post-Prólogo2 como en el capítulo 25, donde dice: “yo soy el Dios de estos dos pobres diablos nivolescos” (252).
           Al final, Augusto, el protagonista, después de darse cuenta de que ha perdido a su amada Eugenia para siempre, quiere suicidarse y decide consultar al autor, Miguel de Unamuno. En la conversación entre los dos, ficción y realidad se funden. Unamuno le explica a Augusto que no puede matarse, ya que no existe sino como ente de ficción: “no eres […] más que un producto de mi fantasía y de las de aquellos de mis lectores que lean el relato que […] he escrito yo […]” (279).
           A pesar de las protestas de Augusto, Unamuno acaba por matarlo, pero antes de morir advierte que su autor también está condenado a morir: “Pues también Unamuno es cosa de libros…. Todos lo somos…. ¡Y él se morirá, sí, se morirá también, aunque no lo quiera…se morirá! Y ésa será mi venganza” (291).  Otra vez realidad y ficción se funden:  al final ambos creadores, el autor y Dios, matan a sus criaturas, aunque a éstas les parezca absurdo e injusto. Así, Unamuno crea una convincente alegoría de la vida humana porque autor-personaje y personajes ficticios se encuentran al mismo nivel, el de la ficción.3
           En El sitio de los sitios, Juan Goytisolo no es un personaje de la novela, pero sí parte del mundo ficticio: uno de los personajes, el comandante español, menciona al “autor de Coto vedado” (43).4 Otro personaje, un misterioso forastero que muere en un hotel de Sarajevo al comienzo de la novela, tiene una “sesentena de años” (112), afiliaciones árabes y las iniciales J.G., como el autor Juan Goytisolo.

2. Función de narradores y autores ficticios
             Generalmente el narrador o los narradores de una novela son parte de la realidad ficticia. Pueden ser personas ajenas a la acción, personajes de la novela o hasta el mismo autor. En Niebla encontramos una mezcla interesante de varios tipos de narradores. Por un lado, el propio autor no sólo figura como personaje sino que es uno de los narradores. También narra uno de los personajes, Victor Goti. La mayor parte de la triste historia de Augusto Pérez, sin embrago, es contada por un narrador omnisciente.
            Con este tipo de narrador, el lector se entera no sólo de los detalles de acciones paralelas, sino también de los sentimientos íntimos de los personajes. Le da la ilusión de estar dentro de la novela, de vivirla. Unamuno no hubiera podido escoger mejor técnica para sorprender luego al lector con su propia participación en la novela. El lector (aunque ha leído el prólogo y post-prólogo) “vive” la historia de Augusto Pérez, hasta que el protagonista se reúne por primera vez con el autor.  Entonces el mundo ficticio construido por el lector se revienta como una pompa de jabón. Aparte de la intervención de Unamuno en la historia, sin embargo, Niebla es una novela tadavía bastante convencional, pues Unamuno se atiene a la convención de unidad de tiempo, lugar y acción. Sus personajes son como marionetas, pero se mencionan su apariencia, detalles de su vida y su historia familiar.
           En El sitio de los sitios, en cambio, Goytisolo rompe con todas estas convenciones. Su novela consiste en una colección de 28 textos escritos o narrados por ocho personas diferentes que, a primera vista, son difíciles de identificar. Hay que leer la obra completa para entender que seis personajes de la novela tienen la función de narrador, uno la de autor no identificado de textos ficticios y uno el papel de autor y narrador.
           Lo que complica la lectura aún más es que los personajes –todos hombres– no son “personas” en el sentido tradicional, sino más bien tipos. Sólo los dos personajes claves,  que supuestamente ya están muertos, tienen un nombre: se trata de los autores de los dos poemarios del apéndice de la novela cuya identidad y obra confundirán tanto a los otros personajes principales. Estos sólo se conocen por su profesión o, en algunos casos –como si fueran personajes de Kafka– por sus iniciales.  No nos enteramos de su apariencia o su vida familiar. Lo que cuenta es su experiencia personal del (muy real) sitio de la ciudad de Sarajevo que empezó en 1992.
           Este sitio es lo que une los 28 textos de la novela que en su fragmentación refleja la historia compleja y la realidad caótica de la ciudad sitiada, en que cristianos, musulmanes y judíos convivían pacíficamente durante siglos,5 hasta que una guerra civil espantosa lo destruyó todo. A través de los textos, tratando de encontrar lazos entre ellos, nos acercamos a la realidad de Sarajevo. Al final, todavía quedan preguntas y enigmas: igual que los acontecimientos históricos que llevaron al cerco de Sarajevo, la novela no se entenderá completamente.
            En El sitio de los sitios hay varios niveles de realidad ficticia que corresponden más o menos a las cinco partes de la novela. La primera parte (“Hipótesis en torno a ‘J.G.’”) nos presenta la realidad desde el punto de vista de un comandante español, miembro de la Fuerza Internacional de Interposición, quien investiga la muerte del misterioso forastero, pero no logra comprenderla (como tampoco, se deduce, comprende la complejidad de la guerra civil en Bosnia Herzegovina).
           Como el comandante, quien escribe cinco informes sobre el caso, el lector se queda perplejo ante los hechos y los textos supuestamente escritos por el difunto, que incluyen un cuento en el que el protagonista redacta “versiones ficticias del cerco supuestamente escritas por un comandante anónimo de la Fuerza Internacional de Interposición” (92). Más misteriosa aún es una carta dirigida al mismo “J.G.” y mandada a una dirección parisiense que contiene el cuento “Visión de invierno,” que se lee como si hubiera sido escrito minutos antes de la muerte de “J.G.”
           No es sorprendente que el comandante se vuelva loco.  El militar, quien nunca ha dudado de la realidad de su existencia, siente que los textos lo “convierten […] en un ente ficticio, un ser de papel” (97). Como Augusto Pérez en Niebla, el comandante tiene que enfrentarse al hecho de que alguien fuera de su control está manipulando su vida y ni siquiera sabe quién es –Augusto por lo menos tiene la oportunidad de conocer a su autor, Unamuno.
           Al final de la primera parte, el lector se da cuenta de que alguien también está jugando con él. Se entera de que tres textos que forman parte de las “Hipótesis en torno a J.G.” nunca fueron parte de los textos que analizó el comandante, sino que fueron insertados en la colección por una razón desconocida. Lo único que se sabe de ellos es que fueron escritos por un tal Ben Sidi Abú Al Fadaíl, y mandados a un músico, miembro de la comunidad judía en Sarajevo, D.K.
            En la segunda parte parece que nos acercamos más a lo que pasó. Se nos presenta la realidad desde el punto de vista de dos habitantes de la ciudad sitiada, un historiador y un amigo suyo, hispanista y escritor (cuyos nombres –como el del comandante– no se revelan). Nos enteramos de que el difunto no es “J.G.”, sino (según su pasaporte, obviamente falsificado) el ya mencionado Ben Sidi Abú Al Fadaíl y que los textos que ha leído el comandante no eran de él: para vengarse de un representante de la odiosa Fuerza Internacional de Interposición y para poder ocultar unos documentos valiosos que el muerto llevaba consigo, los dos amigos los habían sustituido por cinco cuentos del hispanista y por el poemario de un poeta español, un tal “J.G.”
            Sin embargo, como revelan la segunda y tercera parte de la novela, la realidad de estos “dioses” que han manipulado la vida del pobre comandante, tampoco queda sin enigmas ni dudas. Al historiador le preocupa la verdadera identidad del muerto, cuyo apellido es el de un santo, cuya vida había investigada antes del sitio. No se puede explicar cómo este hombre había podido entrar al país y qué motivos había tenido para venir a Sarajevo, y se pregunta si era “un doble o sosias del santo […] o había acudido a buscar la muerte, conociendo su hora y lugar preciso” (114).
           El historiador tampoco entiende por qué, por un lado, algunos de los versos en los manuscritos del difunto coinciden con los del santo y por qué, por otro, contienen citas de Plauto, lo que es una indicación de que se trata de un texto mucho más moderno. La conclusión de los dos amigos es que alguien ha manipulado los manuscritos y este alguien ha mandado al árabe a Sarajevo con segundas intenciones. Como el comandante, el historiador también se pregunta, quién es esta persona.
           El hispanista tiene sus dudas en lo tocante a “J.G.”, cuyo poemario puso en la maleta del árabe difunto. La única información que tiene es que este hombre fue encerrado en un manicomio en el norte de Africa, en 1936, por ser homosexual y que se fugó seis meses más tarde. Los documentos de este hospital siquiátrico aparecieron en un baratillo décadas después y así un amigo del hispanista había podido adquirir el poemario.  Ni siquiera se sabe si las iniciales “J.G.” corresponden a su verdadero nombre.
          Además, hay un hecho aún más preocupante: un amigo de los dos, un médico, encuentra el poemario de J.G. en el cuarto del comandante y resulta que ya no es el mismo: dos poemas han sido mutilados, otro ha sido sustituido por el Credo y un pasaje de la Biblia, y alguien ha añadido el título “Zona Sotádica” y una glosa muy erudita. El hispanista duda que el comandante haya sido el autor de estos cambios.
          Es más y más evidente que el historiador y su amigo también están perdidos “en el laberinto o jardín de los textos que se bifurcan y ramifican hasta tejer un bosque” (155),6 como admite el historiador. Tan contentos de confundir y manipular al comandante con su colección de textos ficticios, los dos se dan cuenta de que ya no dominan el juego y que alguien fuera de su control está jugando con ellos. Como el comandante, los amigos tampoco se enterarán quién es su “dios,” que todavía les tiene preparada una última sorpresa, un golpe final, que se podría interpretar como un castigo por lo que han hecho.
         En un mercado de libros de lance, uno de los asistentes a la tertulia políglota (a la que pertenecen casi todos los narradores de El sitio de los sitios) ha comprado un “ejemplar no censurado del poemario de ‘J.G.’” (161) y cinco relatos del hispanista, que un baratero adquirió en el saldo de los haberes del comandante español. Los relatos ofrecen “algunas curiosas variantes respecto del original […]” (161).
            El contertulio insinúa que los cuentos que tiene él podrían ser los originales y los del hispanista un plagiario. Así se cierra el círculo: ¿a lo mejor la víctima se ha convertido en el dios de sus torturadores? La cuarta parte, “Carta abierta del comandante a la dirección del centro siquiátrico militar,” no nos da ninguna respuesta, pero revela que el comandante –sin saberlo– tiene la clave del enigma de “J.G.”, que tanto atormenta a los autores de su desgracia.
            En su carta, el comandante recuerda su niñez y cómo escuchó una conversación de sus padres sobre su tío Eusebio, “rojo, poeta y maricón” (170) según su padre. Se entera de que su padre “le libró del pelotón de ejecución y lo encerraron en un manicomio del que se fugó más tarde […]” (170). Eso ya cuadra exactamente con lo que sabemos del misterioso J.G. Además, el comandante recuerda haber encontrado un sobre en el escritorio de su madre, sobre confiado a ésta por el tío el 17 de julio de 1936,7 dos días antes de que fuera ingresado en el manicomio.  Parece que el tío Eusebio es “J.G.” –o por lo menos alguien quiere que lo creamos. El compilador ‘parece’ haber llegado a la misma conclusión (el poemario “Zona Sotádica” que se encuentra en el apéndice es atribuido por el compilador a Eusebio).
            Este mismo compilador también es el narrador de la quinta parte de la novela. Como los otros narradores del libro revela muy poco de su identidad. No nos enteramos de su nombre, sólo sabemos que es músico e ingeniero. Tampoco nos ofrece respuestas o soluciones –al contrario, él también está perdido: “sumido en una de esas pesadillas en las que el soñador se extravía, pierde el camino a casa y, en vez de acercarse a ella, se aleja de su querencia urbana […]” (180).  A pesar de que dispone de todos los documentos del caso, se enreda y se hunde en el laberinto de textos, y con él se pierde también el lector.
           Mientras en Niebla Augusto se enterará de quién es su Dios (Unamuno, su autor), los protagonistas (y el lector) de El sitio de los sitios no lo sabrán nunca. Posiblemente hasta conocemos su voz, porque hay dos textos cuyo narrador no se puede identificar. Es él irónicamente quien nos cuenta de la conclusión a la que llegaron los contertulios respecto al caso, que se lee (otra vez) como el lamento del pobre Augusto Pérez:

¡Alguien –los señores de guerra y sus cómplices–  escribe el argumento y  nos maneja como títeres desde su atalaya. La realidad se ha transmutado en ficción:  el cuento de horror de nuestra existencia diaria! (162)
            Esta conclusión nos lleva a lo que Goytisolo quería hacernos ver en El sitio de los sitios: que la realidad del cerco de Sarajevo es tan incomprensible como la realidad ficticia de esta novela. No hay una sola explicación, sino varias que se contradicen. Tanto en la novela como en la realidad hay una multitud de voces, pero cada una sólo puede contar su versión de los hechos. Sin embargo, las voces existentes no cuentan la historia completa: novela y realidad son como un mosaico en el que faltan piezas importantes. Así que es imposible averiguar quién manipula a los personajes de la novela o quién es el verdadero culpable de la guerra civil en Bosnia Herzegovina.
           Goytisolo no ofrece una solución tan fácil como Unamuno, y no puede ofrecerla, porque el mundo de su novela es mucho más complejo que el de Niebla. La historia de Augusto Pérez se puede explicar con la presencia de un Dios que mueve hilos de la vida y de hecho es una alegoría muy acertada de la existencia humana. ¿Pero se puede explicar la matanza de Sarajevo en medio de una Europa supuestamente pacificada para siempre? ¿Qué decir del mundo civilizado que mira el espectáculo sangriento sin intervenir realmente?
           El narrador anónimo en El sitio de los sitios nos da una respuesta y una clave: “God o Godot faltó a la cita” (137).  Se puede llegar a la conclusión de que la existencia del Dios de los personajes de Goytisolo es tan dudable como la del misterioso Godot de Beckett. Hay pruebas de que existe, pero no aparece por ninguna parte. Así interpretada, la visión goytisoliana del mundo es más sombría que la de Unamuno. Unamuno nos recuerda la absurdidad y precariedad de nuestra vida; Goytisolo nos hace ver lo siniestro y lo inexplicable de la misma.

III. Conclusión
          Como he mostrado, tanto Miguel de Unamuno en Niebla como Juan Goytisolo en El sitio de los sitios juegan con los conceptos de ficción y realidad, pero cada uno a su manera y con diferentes propósitos. Unamuno se convierte en personaje de su propia novela para mostrar que el papel del autor de novela es comparable al de Dios. El destino de su protagonista es el de todo ser humano: vivir una vida que ya está escrita y morir contra su propia voluntad.
          Goytisolo, a su vez, en vez de convertirse en personaje de su propia novela ha creado autores ficticios, los cuales
–como el autor-personaje Unamuno en Niebla–  manipulan las vidas de los demás. Al mismo tiempo, todos son manipulados por una fuerza desconocida cuya identidad no nos es revelada. En medio de un mundo de terror y muerte violenta, los personajes seguirán viviendo en oscuridad existencial.
           Interpretadas así, las dos obras reflejan el desarollo de la novela española en los últimos cien años y los mundos muy diferentes de la generación del 98 y de los escritores postmodernos de los noventa. Comparando sus respectivas visiones del mundo, nos damos cuenta de que, a pesar del enorme progreso que hemos presenciado en este siglo, nos acercamos al nuevo milenio aún más confundidos que el hombre moderno del año mil novecientos.

Notas

          1 Véase por ejemplo su artículo “Historias, historietas e historia,” http://sauce.pntic.mec.es/~jgoytiso/histori0.html
          2 Hablando de Goti, Unamuno dice que él está “en el secreto de su existencia […].” Miguel de Unamuno, Niebla (Madrid: Ediciones Cátedra, 1985) 107. Desde ahora en adelante las citas de esta novela aparecerán en este texto con su número de página. Lo mismo será válido con la novela de Goytisolo.
          3 Véase Thomas R. Franz, “Parenthood, Authorship, and Immortality in Unamuno’s Narratives.”  Hispania 63, 4 (1980): 647-657, y Fernando de Toro, “Personaje Autónomo, Lector y Autor en Miguel de Unamuno.” Hispania 64, 3 (1981): 361.
          4 Coto vedado es la primera de las dos obras autobiográ-ficas de Juan Goytisolo. Es significativo que el comandante menciona justamente este libro. En Coto Vedado, Goytisolo relata su experiencia de la guerra civil española, que marcó no solamente su niñez, sino toda su vida: en 1938 su madre murió en un bombardeo aéreo (véase Juan Goytisolo, Coto vedado. 7a ed.  Barcelona: Seix Barral, 1986. 61-63),  Como señala Manuel Hierro en “La memoria sitiada de Juan Goytisolo en El sitio de los sitios.” Antípodas 8-9 (1996-97): 144, Goytisolo invoca esta muerte en la escena inicial y final de El sitio de los sitios, enfantizando así los paralelos entre las dos guerras civiles.
         5 Véase Imanuel Geiss, Geschichte griffbereit. Vol. 4. Schauplätze.  Die geographische Dimension der Weltgeschichte (Dortmund: Harenberg, 1993) 351.
         6 Esta frase alude claramente al cuento “El jardín de los senderos que se bifurcan” de Jorge Luis Borges, otro autor que juega con los conceptos de ficción y realidad. Véase Jorge Luis Borges, Ficciones (Madrid: Alianza Editorial, 1986) 101-116.
         7 Según Manuel Hierro (154) el 17 de julio de 1936 era el “día de la rebelión militar contra el gobierno legítimo y democrático de la Segunda República, en las guarniciones que España mantenía en el norte de Africa […].” Según Hierro (149, 154), con esta fecha Goytisolo enfatiza nuevamente los paralelos que existen entre las dos guerras civiles.
 


Obras citadas

Borges, Jorge Luis.  “El jardín de los senderos que sebifurcan.”  Ficciones.  Madrid:  Alianza Editorial, 1986.  101-116.
Franz, Thomas R.  “Parenthood, Authorship, and Immortality in Unamuno’s Narratives.”  Hispania 63, 4 (1980):
          647-657.
Geiss,  Imanuel.  Geschichte griffbereit. Vol, 4. Schauplätze.  Die geographische Dimension der Weltgeschichte.
          Dortmund:  Harenberg, 1993.
Goytisolo, Juan.  Coto vedado.  7a ed. Barcelona:  Seix Barral, 1986.
---.       El sitio de los sitios.  Madrid:  Alfaguara, 1995.
---.       “Historias, historietas e historia.”  10 May 1998 <http://sauce.pntic.mec.es/~jgoytiso/histori0.html>
Hierro, Manuel.  “La memoria sitiada de Juan Goytisolo en El sitio de los sitios.”  Antípodas 8-9 (1996-97):  144-154.
Toro, Fernando de.  “Personaje Autónomo, Lector y Autor en Miguel de Unamuno.”  Hispania 64, 3 (1981): 360-366.
Unamuno, Miguel de. Niebla.  Madrid:  Ediciones Cátedra, 1985.



 

 Ryan Long

Functions of Desire:  Journalism, Fiction and History in Héctor Aguilar Camín’s La guerra de Galio

            In his essay The Imaginary Networks of Political Power, Mexican sociologist Roger Bartra explains how dominant discourses divide populations along lines that attempt to turn attention away from conflicts or contradictions that structure a specific society. His prevailing example is the transposition of class differences in capitalist societies where social sectors that are economically structured, such as proletariat and bourgeoisie, are cast as differences that are determined ethically, such as center and margin. Those left on the periphery of an economically determined society become a threat to the virtues and stability of social sectors occupying the center. Often the marginalized are represented as criminals whose deviancy is attributed to a lack of ethics. This rhetorical gesture turns attention away from economic inequalities that are built into the system.
            Oppositions such as that established between margin and center become fundamental elements of narratives that serve to legitimize and reproduce the nation-state. In the case of Mexico, narratives constructed around the Revolution, reinforced by institutions such as publicly funded artistic projects, museums and the national education system helped bolster the state’s legitimacy for many years, and fostered Mexico’s relative stability in comparison with other Latin American nations. In his study of the Mexican student movement of 1968, Sergio Zermeño describes a breakdown of the Revolutionary state’s narrative of itself that reached a critical point in the late 1960s. Zermeño points out that pillars of this narrative were: nationalism, developmentalism and populism. By the 1960s, it had become clear that Mexico’s rapid urbanization and industrialization (i.e. its development) of the previous 20 years had relied increasingly on foreign capital. Thus developmentalism threatened national economic autonomy. Further, elites most intimately tied to foreign capital began to exert political influence, specifically in terms of economic policy, which caused a notable shift, in Zermeño’s terms, from a “populist state” to a “class state.” Increasing focus on elite interests produced an increasing deafness to popular demands.
            The protests of 1968 were in large part a response to these changes. When the state brutally repressed the student movement, it profoundly undermined its legitimacy and the narratives it told to justify its dominance. The protesting students, workers, and supporters who were shot down by government security forces on October 2, 1968, had become central characters in an official narrative that attempted to represent them in the end as deviants who threatened Mexico’s stability, modernization, and development. Specifically, elite discourses defined the student movement primarily as an obstacle to the successful hosting of the Olympic Games, which were set to begin on October 12. The participants in demonstrations that lasted from July until the tragic end in October were criminalized, and most dramatically so in the government’s justifications for the repression on October 2. According to the state, “snipers” who were adherents to the student movement started the shooting. Therefore, the massacre was portrayed as a defensive move by the military.
             The criminalization of the population active in the student movement of 1968 illustrates a point that Bartra is careful to emphasize throughout his analysis. The divisions created by dominant discourses are not merely representations or ideologies that conceal an identifiable reality beneath them. Instead, the oppositions that become central to state-legitimizing narratives such as modernity and developmentalism “are present in the actual constitution of exploitative relationships, not merely in terms of a deceptive fetish concealing contradictions but as an illusory element essential to the actual development of contradiction, exploitation and antagonism” (224). The oppositions established between “good” students who did not participate in demonstrations and deviant agitators, between those who “believed” in Mexico and those who were trying to bring it down were clearly constitutive of the power relations established between the protesters and the state. These oppositions became central to the narrative that justified repression. Thus, the stories the state told about what happened during the summer of 1968 had very real consequences.
           1968 is an important reference point for Héctor Aguilar Camín’s novel La guerra de Galio (1991). The constitutive relationship between reality and discourses that attempt to legitimize the exercise of power, a dynamic clearly illustrated by the events of 1968, intersects with a central thematic of Aguilar Camín’s novel: the narrator’s desire to maintain a stable, critical distance between narration and reality. What I hope to demonstrate in this paper is how the events of 1968 and the subsequent degradation of the Mexican nation-state’s legitimacy provide crucial context for understanding Aguilar Camín’s narrator’s inability to separate the storyteller from the reality he describes. As this observation reveals how all narratives ultimately produce and are produced by relations of power, Aguilar Camín’s novel also illustrates the productive and perhaps liberatory potential of the breakdown between narrator and object of narration. It is desire, a force often complicit with power and domination, that undermines the narrator’s critical distance, but that also drives him to finish his novel. This novel within Aguilar Camín’s novel is a loving dedication to the protagonist of both stories, and it is this desire expressed by the narrator that points to a utopian existence beyond the distinctions that power enacts. However, the very forces that enable textual production are those that keep the narrator from reaching the utopia his novel projects.
            To summarize briefly, La guerra de Galio tells the story of Vigil, a historian who becomes seduced by journalism’s close relationship to immediate reality. Aguilar Camín’s narrator is Vigil’s history professor and mentor, who laments Vigil’s obsessive dedication to a particularly important and controversial Mexican daily, La República. Vigil’s work with the newspaper brings him in dangerously close contact with the power structures that uphold the Mexican state and the government’s capacity to reproduce itself. This is how Vigil becomes acquainted with Galio, a shady character who is a freelance historian that also works for the secret police, and acts as a gatekeeper to the “basements” of power: the source of the real strength of the Mexican government. As a retelling of the government-sponsored coup of Excelsior in 1976, Aguilar Camín’s novel focuses on a newspaper that gets too close to the truth and that must be put out of commission. La guerra de Galio is also about Vigil’s death, which is the starting point for the narrator’s novel. It is this novel that ends up in the reader’s hands.
            The opposition established in the novel between the narrator as detached observer and the reality he describes parallels the distinction between history and journalism. Paradoxically, in order for the narrator to expound upon this distinction he must write a novel, the literary form that is especially adept at subsuming other discourses, and is thus a genre characterized by its heterogeneity. The heterogeneity constitutive of the novel undermines the narrator’s attempts to maintain separations between history and journalism and between pure and compromised representations of reality.
           While the narrator desires an epistemology capable of distinguishing between opposing discursive spheres, the Mexican state, represented in the novel most clearly by the figure of Galio, struggles to maintain a distinction between its clandestine reality and public image. By exposing the clandestine side of the government’s activity, La República, Vigil’s newspaper, breaks down the boundary between Mexico’s secret and open governments. La República’s publisher, Octavio Sala, explains to Vigil that he wants to lift the veil that conceals what the government really does behind what it says. What follows is the deepening struggle of the newspaper to separate itself from the government it denounces and to free itself economically and politically from state power.
           In the decade after 1968, radical opposition to the Mexican government intensified. In turn, counterinsurgency efforts also heated up, and keeping many government activities secret became as urgent as it was difficult. The oppositions operative in the repression of the student movement persisted, and entire rural populations were criminalized and punished for their complicity, often merely alleged, with guerrilla movements such as those led by Genaro Vázquez and Lucio Cabañas in the southwestern state of Guerrero. The government’s increasingly criminal activity severely threatened its legitimacy. In Aguilar Camín’s novel, La República further undermines state legitimacy by exposing the clandestine machinations of the counterinsurgency effort.
           Oddly enough for a narrator so hostile to journalism, it is a newspaper that comes to represent the possibility of opposing an increasingly corrupt government. Obviously metaphorical, the newspaper’s name and its success in exposing state secrets expresses the desire for a completely open society where nothing is hidden and all criminality, including that of the state, is revealed and someone is made accountable. It is the novel that is capable of imagining such a pure representation, and La República ultimately stands in for the narrator’s desire for a faithful and objective portrait of reality.
            Nevertheless, La República’s success and the novel’s very existence come at a high price. They both require the sacrifice of the protagonist Vigil, both as a historian and as the narrator’s protégé and friend. The prologue of the novel recounts its origins as a collection of Vigil’s documents, both academic and personal, that include a novel that he had begun. The narrator becomes the novel’s compiler. Describing the process of assembling the work, he makes an observation that describes the events of 1968 as an epistemological rupture that makes impossible his desire for a coherent, detached and historical representation of the past that serves to explain Mexico’s present. It is important to note that the narrator regards Vigil as a potentially ideal historian, and describes him as no less than “la más viva inteligencia de su generación” (14). However, 1968 diverts Vigil’s attention from the past, and the massacre of students and workers leaves him “tocado más que nunca por lo inmediato” (16). Significantly, the narrator also explains 1968’s effects on Vigil in terms of desire, and describes how it affected the young historian:

Vigil era ya egresado de la facultad cuando el movimiento estudiantil del 68... así que no vivió esos meses con la liberalidad que exigían, sino en una especie de reserva que  marcó su memoria de aquellos sucesos con la intimidad  mitológica de los deseos no cumplidos. (16)
          The narrator continues describing the agitation caused by 1968 as generational and as central to his novel, especially because it explains Vigil’s interest in journalism:
Lo que pasó después es el tema de este libro: la urgencia
de intemperie sufrida por Vigil, que coincidió con el salto al vacío de parte de su generación; su encantamiento por Octavio Sala y por el mundo enardecido del periodismo, así como su atracción por la sombra parlante que fue durante esos años Galio Bermúdez... (17)
            The burning desire that drives Vigil to journalism and that leaves his generation with a government they can no longer trust is also what fuels La República’s relentless efforts to uncover the state’s basements. The newspaper’s publisher explains to his board of directors later in the novel how La República had failed the student movement: “Precisamente por eso, fuimos nosotros...los que fallaron en el 68. Ahora, de aquellos lodos viene una cosa peor: la guerrilla. No vamos a callarnos esto, porque en gran medida es un fruto de nuestro silencio anterior” (200). In light of these observations, it is not so odd that journalism becomes the only option left for coming to terms with Mexico’s increasingly troubled contemporary reality. 1968 is a moment of rupture that is so absolute that the historian’s techniques of explaining the present by turning to the past are no longer adequate. Vigil, representative of the lucidity necessary to represent Mexico as a disciplined historian, is irretrievably swept away by the urgency to explain 1968 and the violence of the years following. In the quotation above that describes Galio, the desire that 1968 inspires in Vigil is tied to the novel’s most obvious representation of the corrupting effects of power. In fact it is through La República’s connections to people as close to state power as Galio that allow it to paint such a complete picture of the Mexican government’s activities, but that also leads to its downfall. Ultimately, the newspaper’s intimacy with power is what enables it to uncover the clandestine, but it is also what brings the state down on La República in a coup that renders reality even less comprehensible by eliminating an important source of its explanation.
            Thus, the novel ends on a pessimistic note regarding the possibility of a representative form that is capable of transmitting a faithful portrayal of power’s corrupting influence. Of course, Vigil’s desire to reveal the basements of the Mexican government is parallel to his desire to know Galio, a desire that leaves him tainted with the power his writing attempts to criticize.
            Desire is also the force behind the narrator’s ambitious goal of completing Vigil’s novel. Describing the contents of the book he felt compelled to write as something that “violenta [sus] hábitos y [sus] convicciones” (14), the narrator also compares his passion for the project to his previously unparalleled passion for historical research when he observes: “...en los papeles de Vigil encontré la fascinación que antes sólo había encontrado en los archivos, los cuales llevaba casi un año de no frecuentar, por tedio” (580). Five years earlier, before beginning the compilation of professional and personal papers that would become his and Vigil’s novel, the narrator initially rejects the task and vows to concentrate solely on Vigil’s historical work, ignoring his career in journalism and his personal life. Nevertheless, when he stumbles across a letter from Vigil written to Mercedes Biedma, the woman who represented the young historian’s most obsessive desire, the narrator can no longer ignore the side of Vigil that didn’t pertain to historical research. Describing the letter the narrator writes:
A salvo del tiempo había puesto Vigil ese mensaje loco, sembrado en la rutina de los días del archivo como una llama anárquica condenada a quemar los ojos de un improbable lector futuro. Había quemado los míos con su fulgor desolado, como si Vigil me hubiera elegido malignamente desde esa más allá donde su sonrisa apacible seguía celebrando a contrapelo su caída. (23)
           The narrator closes his five-year, six-hundred page dedication to Vigil by returning to his wayward apprentice’s smile, which emanates from a photograph where “...Vigil sólo volvió a sonreír desde su foto, sin mirarme, como si no me escuchara” (583). This eloquent statement summarizes both the conditions of possibility and the limits of the project to explain Vigil’s life, and to explain the rise and fall of La República, the newspaper that came to represent the one hope of coming to terms with a political crisis in Mexico that has persisted since 1968. For the novel’s existence depends upon Vigil’s death and his incapacity to see or hear the narrator of his life. Thus, the narrator’s impassioned gesture to express his admiration for Vigil is an attempt to fulfill a desire like that sparked by 1968 in Vigil, and that can never be completed. In that sense, the closure and distance the narrator as historian so strongly defends is overcome by the need to tell Vigil’s story, a story that keeps alive the hope that Vigil represented, but that can never be separated from its narrator, that can never be closed, and that can never be separated from the relations of power and desire that allowed it to come into being.
 

Works Cited

Aguilar Camín, Héctor.  La guerra de Galio.  México, DF:  Cal y Arena, 1991.
Bartra, Roger.  The Imaginary Networks of Political  Power.  trans.  Claire Joysmith.  New Brunswick, NJ:  Rutgers U.
          Press, 1992.