REVIEWS / RESEÑAS

Hispanic Culture Review

Fall 1999-Spring 2000, Volume VI, Number 1-2


 
Alberto Chamorro

Manual de instrucciones para el último porteño: Reseña

            Cerrando el Segundo Festival Internacional de Teatro Hispano, realizado en el Teatro de La Luna los días 29 y 30 de mayo de 1999, se representó una obra argentina titulada Manual de instrucciones para el último porteño. Escrita por Bernardo Cappa sobre una idea de Luis Roffman, esta obra llegó al escenario de Virginia ostentando galardones tales como el premio Armando Discépolo 1998, del Centro Cultural General San Martín, a la mejor actriz y al mejor director, que al decir de los integrantes de la Cooperativa de Teatro La Paternal, (de la cual Roffman es también director y coautor) este logro es producto del esfuerzo combinado de sus integrantes.
            Abriéndose paso entre un tejido de simbolismos (a veces ocultos al ojo ajeno al del Río de la Plata), la obra se desarrolla en algún recinto hermético de una ciudad de Buenos Aires completamente inundada. Sus personajes son Eloy y Celina quienes incansablemente ensayan un ritual rutinario siguiendo las directivas de un manual de instrucciones. El objetivo de este diario ejercicio es lograr que Eloy domine la esencia misma del porteñismo, supuestamente contenida en las páginas de este singular Manual.
            La escenografía, muy sencilla, cumple con eficacia su cometido. Inmediatamente se reconocen, con nostalgia, los objetos que nos dicen que estamos en Buenos Aires: el frasco de gomina, la palangana, la mesa del café y, por supuesto, como disipando cualquier duda, la pava, el mate y el dulce de leche.
            Conjuntamente con los elementos físicos, que permiten identificar el medio ambiente, son los personajes quienes le dan vida a esta singular hipótesis planteada por el autor. Paula Rubinsztein interpreta con energía a Celina. Ella es la encargada de llevar adelante el improbable plan de resucitar al extinto porteño. Para lograrlo, debe ir inculcando en Eloy las enseñanzas del Manual. Es también Celina quien supuestamente sabe quiénes son “Ellos” los que eventualmente llegarán, examinarán a Eloy y decidirán si es o no un verdadero porteño.
            Por su lado, Gabriel Virtuoso es el encargado de caracterizar a Eloy. Cual un Moisés moderno, Eloy es rescatado de las aguas por Celina  y crece bajo la tutela de ésta, preparándose para el gran día en el que deberá demostrar su conocimiento acerca del porteñismo.
           Aunque la actuación de Rubinsztein es sólida, no tiene la complejidad de su contrapartida. Sabemos que Celina, tal como aparece en esta historia, es ya una persona adulto (lo que implica una personalidad y un carácter ya formados). La inundación altera el normal desarrollo de su vida y la obliga a replantearse sus objetivos. Ahora, como mujer, aplacará sus urgencias maternales criando a Eloy y, como individuo, acometerá la tarea de resucitar el porteñismo. El problema surge cuando Celina pierde la perspectiva y estas tareas degeneran en una fijación, lo que trasforma al personaje en algo predecible, lineal, obsesivo.
            A Virtuoso le toca dar vida a Eloy, personaje por necesidad complejo. Obviamente y debido a las circunstancias, Eloy sufre una profunda crisis de identidad. No sabe quién es, tampoco tiene un modelo en quien verse reflejado. Su conocimiento se limita a las enseñanzas de Celina y a lo indicado en el famoso Manual. Por momentos niño y a veces adulto, Eloy debe vivir cada día inventándose a sí mismo y padeciendo al mismo tiempo la incertidumbre de no saber si logrará ser él mismo, o una simple imitación de lo postulado por el manual. El drama cotidiano de Eloy se agrava cuando comienza a escuchar los ladridos de un perro que no sabemos si es imaginario o real. Estos ladridos son el detonador de una crisis que finalmente quiebra la precaria cordura de Celina, quien finalmente, en un arranque de violencia, obliga a Eloy a comer el dulce de leche. Acto que podemos interpretar como el intento de introducir la esencia del porteñismo por la fuerza.
            De esta manera podríamos afirmar que Roffman nos confronta con el dilema de si el hábito hace, o no, al monje. Nos preguntamos entonces si Eloy puede llegar a ser un verdadero porteño simplemente por seguir la guía del manual, ¿o si  hay algo más que hace a la esencia del porteñismo? ¿Es posible adquirir esta cualidad? ¿Puede ser transmitida a través de las áridas páginas de un manual? ¿Se nace con ella?
            Las preguntas quedan en el aire y si bien cada uno puede responderlas de acuerdo a su mejor entendimiento de la representación. Cuando en un debate al final de la obra, se le preguntó al director sobre este tema, sugirió que a las personas que no hubiesen podido interpretar el significado de su obra se les devolviese el dinero de la entrada.
            Por suerte para el Teatro de La Luna, el público tomó esta aseveración del director como una simple broma.

Diálogo escuchado (o imaginado) a la salida del teatro:
            –¿Y qué te pareció la obra?
            –Que querés que te diga, che, yo no cacé una... ¡Para mí, fue un bolonqui!
            –Viste qué calispera tenía la zatepi ¡Mama mía... esa sí que te cura el hipo pa’ toa la vida!
            –¡No me digás! ¡Encima al pobre flaco le enchufó el dulce de leche en la jeta que casi se lo saca por la nuca!
            –Y todo por el perrito...¿Vos sabes qué pasó al final con el rope?
            –Y...se habrá ahogado...
            –¡No, gil de goma!, ¿cómo se va a ahogar? Si se lo estaba imaginando.
            –Qué sé yo entonces...¡No jodás más con el rope! ¿Te fijaste qué raro que hablaban? No dijeron ni una sola vez: mina, faso, pucho, tarros, cana, laburo, viaba, chabón, mufa, pálida...
            –Tenés razón, che...y ¿Sabés qué? Ese manual seguro que es trucho.
            –¿Por qué?
            –¡Porque no les enseñaba a putear! ¿Dónde viste un porteño que no sea boca sucia?
            –Ma si... ¡Que se mueran! ¿De dónde se creen que salieron éstos? A ver si ahora, porque te chupás un par de amargos y te hacen morfar dulce de leche de prepo, de repente te volvés porteño.
            –No, si a la final, Discépolo tenía razón:  “...da lo mismo que seas cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón.”